sábado, 30 de enero de 2010

sinfonía nº 7 beethoven, 2º movimiento

Tormenta de nieve, las esporas blancas me rodean, sentada al borde de una laguna congelada, sintiendo la muerte de mis manos, el cielo está gris, es un reino de hielo y oscuridad. Luces marchan como un collar a lo lejos, son pequeñas antorchas que se reflejan en el borde . las ramas de los árboles están desnudas, yo misma llevo muy poca ropa y siento frío, mucho frío.
A veces aparece la primavera en forma de orquídeas blancas y violetas en mis mejillas, dándome la vida que ya no poseo, quitándome la eternidad absoluta de la muerte en vida. Siento el temor por asalto en el pecho, baila alrededor de mi corazón morado de frío. Los recuerdos agradables se sumergen en el agua negra de la noche, densa como una mancha de petróleo. un ejército de seres sin tiempo me toma y se hace cargo de mi cuerpo. la noche ha caído sobre mi, sólo la luna me entrega el reflejo de luz que confirma la absoluta oscuridad en la que me encuentro. Mi pelo negro como los cuervos vuela alrededor de mi cara y en oleadas traza líneas negras sobre la nieve azulada. Ruedo sobre su superficie, oyéndola crujir bajo mi peso, sintiéndola quemar mi piel al descubierto con el roce brusco de sus cristales afilados. Se vuelve blanda y me cobija, por que al fin y al cabo es en la ausencia donde nos cobija lo vasto, lo inmenso. Donde toda la tierra está en ese único lugar que habitas, no existe nada afuera. El cielo se curva y se vuelve un ojo de pez, donde puedo ver las estrellas y los planetas pasar y rodearme.

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