sábado, 3 de enero de 2009

el pantano


provengo de una larga lista de mujeres, algunas listas, otras no tanto.


somos las piedras que sobresalen el arrollo familiar y sobre las que se puede recorrer el devenir poco afortunado de una manojo de personajes arrojados sobre este territorio quiltro del cono sur, mejor conocido como mi familia. estamos rodeadas de juncos, ranas (que no se convierten en nada) y hermosas flores de loto.


en un incontrolable arrebato psicoanalista busco, entre las mujeres de mi familia, alguna relación con mis propias dolencias existenciales (suenan muchas e importantes, pero en realidad son pocas e irrelevantes, pero amamos la auto-complacencia, no?)


desde la mítica Juana Vargas, ancestro faunesco, se dice era una mujer de campo (mi familia por parte materna es de la costa de la sexta región) temible y medio bruja, amante de la buena vida... no sé por qué me la imagino joven, mucho pelo, corsét y falda ancha, cabalgando de perfil sin calzones, un poco mugrienta pero altamente deseable. (es mi genesis familiar, me la imagino como quiero!)


mis propias abuelas, la materna, abnegada madre de sus hijos y madre de su esposo... siempre madre, nunca mujer. preocupada del qué dirán, aunque su vecino más próximo en el campo está casi 2 kilómetros. con un sólo movimiento desnuca gallinas a las 11 para servirlas como cazuela a las 2, es baja y rechoncha, tipo tapón de arteza, tipo pushingball. está ahí, para recibir los golpes, como buena mujer chilensis. se sienta a un costado de la mesa, con sus manitas apenas cruzando su enorme cuerpo, apoyadas sobre su muslos igualmente regordetes, su cabeza pequeña y profundamente surcada, mofletuda, con una eterna mueca de "qué haré de almuerzo mañana". ella no me cae bien.


la paterna, conspiradora de su guagua rusa, del tipo DINA, sín escrúpulos y dispuesta a todo para taparle las cagadas a su hijo. y para que nada se sepa, nunca. amorosa, como todas las abuelas, te llena de comida hasta que revientes para demostrarte lo mucho que te quiere. no importa, a mi me gusta comer. es tan omnipresente que no da respiro, cría a su hijo para que sea un completo inútil, lo anula con su polivalencia. hasta le hace el pan de la once. ella es como una mezcla entre un Gran Hermano de 70 y tantos, de pelito blanco azulado (gracias a esos extravagantes productos y la creencia de que es mejor tener el pelo azul que canoso cuando eres vieja) y un vocero de gobierno, que tiene todas las versiones oficiales para todo evento, por muy inusitado que este sea. ella me cae peor. por sapa y peligrosa.


supongo que la única que cambia la historia sería la loca de mi madre. a costa de sus emociones, avanza hasta dejar el campo y el devastador presagio de terminar como una pueblerina frustrada, quizas con cuantos críos y un marido como las weas atrás, y sale sola, a enfrentar el mundo. sí, creo que la palabra clave de nosotras es "solas".


se pasa, sistemáticamente, por donde se le place los dogmas familiares, lo que le significa, porsupuesto, quedar alienada de esta bella estructura social para siempre, con ilusorias tentativas de inclusión como, por ejemplo,"año nuevo" (aún no logro dilucidar si es por nosotras o por que los fuegos artificiales se ven la raja desde nuestro balcón).


nunca antes entendí el gran salto que mi madre dio hasta que, durante las vacaciones de verano del año pasado, me defendió frente a mi abuela que aseguraba que yo estaba mal de la cabeza. me había ido sola a conocer el norte, en un hermoso viaje que me llevó a conocer las playas más hermosas que haya visto. ella fue la única que no me pidió 30 mil veces que me cuidara antes de partir ni que me desacosejaba cada vez me veía de emprender el viaje. cuando yo ya había llegado al norte y estaba feliz acampando en el patio de un hippie radicado hace 10 años en bahía inglesa, ella me llama y me dice que mi abuela había pegado el grito en el cielo cuando le había contado que yo andaba sola por el norte. "esta niñita está bien loca, no le vaya a pasar algo, la gente está tan mala, blabla..." dijo la señora canterito de pomaire, a lo que mi madre contestó resuelta " ella se sabe cuidar, y por último, es mi hija y yo la crié así "


sentí como ella revalidaba, de manera silenciosa pero firme, por enésima vez su decisión de hacer de su vida lo que ella quería, de amar y criar como ella mejor estimaba, de hacerse cargo de sus hijas lanzadas al mundo. sentí que a partir de mi madre, todo el linaje de mujeres de mi familia se volvía a fundar. que gracias a sus sacrificios, cada generación de nosotras, mi hermana, yo, nuestras hijas y nuestras nietas, ibamos a poder ser cada vez un poco más libres.


libres de qué, se preguntarán por ahí; de haber nacido chancleta, supongo. con todo lo que eso significa.