miércoles, 15 de abril de 2009

Del amor fraterno


Bendito acuerdo social ese, el de la familia. Personas que, por obligación tácita crecen rodeándote y entre los cuales encuentras ciertas personas (como en cualquier grupo humano, cierto porcentaje se encontrará ineludiblemente en tu misma frecuencia) con las que puedes utilizar la excusa del parentesco para pasar más tiempo. Sin que nadie sospeche, ni siquiera tu mismo, de las verdaderas intenciones de este amor fraternal.

Se ha demostrado científicamente que el incesto ya no es delito, pues la conjunción de genes recesivos entre parientes que pudieran causar malformaciones o enfermedades como la hemofilia y otras, tiene la misma probabilidad que entre dos perfectos desconocidos.
Pero ese no es el punto.

Es la expansión cerebral, salir del estado primario donde todos nos pusimos de acuerdo en que estaba MAL (sin saber muy bien por qué) y volarnos todas las placas craneanas hasta dejar el cerebro al descubierto, rosado, lubricado y palpitante. Como una gran placenta, y empezar a alimentarla de sangre, como una mandrágora. Así comienza la fábula interoceánica de un par de descosidos, chorizos buenos pa´la Pilsen que resultaron haber nacido de un mismo tronco genealógico.


Él, a veces hijo, generalmente vecino, resultando ser hijo de vecino, chascón de ojos grandes, a veces triste, generalmente melancólico. Ella, escurridiza como el agua, a veces contenible, generalmente evaporable. De pies pequeños, a veces los hunde en la tierra, generalmente no les sirven más que para tropezar, así que los levanta del suelo.

Un buen día, después de haber degollado a la mitad de su propia familia y haberse autoexiliado del resto, aún ensangrentados, se miraron desde todos los ángulos y distancias, y se dieron cuenta que solo eran una mujer y un hombre que acababan de nacer.

Así comenzaron a vivir frenéticos días, aprovechándose del paréntesis temporal que les entregaba la inmediatez de la separación, por que sabían que disfrutar del ilícito les iba a durar poco. Encontraron un pequeño lugar en un cuarto piso de un edificio, desde dónde podían blasfemar tranquilamente, amparados por la virgen del cerro. Así transcurrieron días y noches que no se diferenciaban más que por la ausencia y exceso de luz solar. Pudieron quererse y lamerse las heridas saladas, abrazarse hasta que el calor hiciera que por sus costados se deslizaran gotas de ellos mismos. Sus cuerpos completaban los abismos del otro…


Llegó el día en que él se puso su mochila, bajó la escalera y se fue.


Ella se quedó, con la puta virgen de neón.


Pero eran felices, sus cerebros nunca más volvieron a su lugar de origen, quedaron suspendidos sobre los cadáveres revueltos, flotando sobre el atlántico. Ahora es cuestión de sumergirse.

3 comentarios:

Eduardo Araneda Caviedes. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Eduardo Araneda Caviedes. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Eduardo Araneda Caviedes. dijo...

En el libro: "Estructuras elementales del parentesco" de Claude Levi-Strauss, se hace un excelente análisis sobre el porqué del Tabú del incesto. Grosso modo le atribuye a nuestras sociedades antepasadas el hecho de que para sobrevivir, se necesitan realizar estategias de alianzas con otras familias, por lo que la autosuficiencia de reproducirse(incesto) es un elemento que debe ser erradicado, porque al no haber relaciones de parentesco entre familias peligra el bien supremo de la supervivencia del clan, tribu, etc.
Tiene más aristas pero no ahondaré para no hacer mas tedioso el asunto.
Un fraterno saludo.